20 de febrero de 2025

Agricultura

Agricultura. Argentina tiene potencial para liderar la salud ambiental, humana y animal con buenas prácticas agrícolas y trazabilidad

El uso de fitosanitarios a nivel global aumentó un 70% en las últimas dos décadas, esto lleva a los especialistas a preguntarse cuál es el alcance y el impacto de esta tendencia: un desafío y una oportunidad.

Según el Anuario Estadístico de la FAO 2024 sobre la agricultura y la seguridad alimentaria mundial, en los últimos años se ha observado un aumento en el uso de fitosanitarios, convirtiéndose en un tema central de cara a mejorar las prácticas agrícolas y contribuir con una alimentación más saludable. Su uso responsable, controlado y adecuado puede mejorar la producción y calidad de los cultivos. Lo opuesto puede acarrear consecuencias ambientales y de salubridad por la contaminación del suelo, el agua, la pérdida de biodiversidad, la emisión de gases de efecto invernadero y el residuo químico en el grano.

La presión por incrementar la producción agrícola para dar abasto con la demanda de alimentos puede explicar la industrialización química de la agricultura hasta nuestros días: según la FAO hasta entrada la década del 70, cada año, el 20% de la población mundial padecía hambre en forma epidémica. Dicho porcentaje comienza a disminuir significativamente a partir de la década del 80 llegando a ser, en la actualidad, menor al 9%.

Las innovaciones agrícolas en avances genéticos y el uso de químicos asociado a ello han logrado incrementar el rendimiento de los cultivos exponencialmente, y la disponibilidad de alimentos de la misma manera.

El lado B de dicha innovación positiva fue la pérdida de biodiversidad a escala global, y de microorganismos y nutrientes de los suelos que promueven alimentos más saludables. Junto a la excesiva carga química residual en granos que se traduce a la cadena alimenticia, y un desequilibrio extendido de la agricultura en su impacto en flora, fauna y ambientes naturales.

A su vez, la industrialización química de la agricultura, caracterizada por el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes sintéticos, ha sido objeto de estudios que investigan su posible relación con el incremento de trastornos del espectro autista (TEA) en las últimas décadas. Aunque no se puede establecer una relación causal directa, diversas investigaciones sugieren una correlación entre la exposición a ciertos agroquímicos y un mayor riesgo de desarrollar TEA.

Este panorama global se entrecruza con otra tendencia mundial: los consumidores son mucho más conscientes y se muestran interesados en conocer de dónde provienen sus alimentos, cómo se producen y qué impacto tiene su producción en su salud y en el ambiente. Así, se impulsa a la industria alimentaria a llevar un mayor control de la materia prima que utiliza y mejorar sus procesos productivos. Se vuelve imprescindible el uso de tecnologías y plataformas que permitan la trazabilidad y el registro de cada etapa, desde el cultivo hasta el envasado del producto final.

La tendencia del consumidor a saber sobre lo que ingiere, viste o utiliza está impulsando a las empresas de alimentos a monitorear sus cadenas de suministros para asegurar prácticas agrícolas en línea con una producción que ponga el acento en la salud de las personas y los ambientes naturales en sus cadenas productivas.

"Ante este escenario global, Argentina tiene una gran oportunidad para convertirse en un actor clave del cambio, aprovechando su capacidad agrícola, la tecnología disponible y el potencial de la industria alimentaria alineada con las Empresas CPGs (Consumer Packaged Goods): aquellas que producen alimentos que pueden incorporar en sus productos atributos sobre cómo fueron tratados de manera responsable desde el campo hasta la mesa del consumidor cuidando la salud de las personas y del ambiente", explica Diego Hoter, CEO y Co-founder de ucrop.it.

Entonces, ¿qué ocurre con el aumento de los fitosanitarios y cómo se los puede usar de manera responsable? Sobre esto, Hoter señala: "Trazar, medir y conocer el impacto del uso de estos productos en la protección de los cultivos permite a los productores y empresas tomar decisiones de manera consciente. Es indispensable para fomentar una gestión agrícola basada en métricas que se ajusten a las nuevas demandas ambientales y del mercado; además de mejorar la eficiencia de las producciones".

Uno de los datos que se puede obtener a partir de la trazabilidad de los cultivos es el Índice de Impacto Ambiental, también conocido como EIQ (Environmental Impact Quotient). Este permite evaluar el efecto que tienen la aplicación de productos fitosanitarios en la producción agrícola y en el ambiente. Tomando diferentes factores, como la cantidad y tipos de fitosanitarios utilizados, la frecuencia de aplicación, las dosis de los productos utilizados y su residualidad, entre otros.

Argentina tiene una gran oportunidad, como lo empieza a hacer Estados Unidos en su reciente lanzamiento "Haciendo América Más Saludable (MAHA por sus siglas en inglés), de alinearse con una agricultura naturalmente positiva que tenga en su objetivo mejorar la salud humana, animal en calidad y sustancia desde el campo hasta el mercado. Simplemente porque es mejor negocio hacerlo.

Una producción agrícola promotora de la salud humana, con mayor densidad nutricional, menos intensidad en el uso de fitosanitarios y que preserve los biomas naturales de producción enriqueciendo los suelos, es promover una mayor expectativa de vida de aquellos mismos consumidores.

La integración de la tecnología no solo mejora la eficiencia de la producción agrícola, sino que también lleva a una mayor transparencia y confianza en los productos que se consumen y se exportan. Permite demostrar cómo una agricultura naturalmente positiva impacta en mejores alimentos y permite decirlo en forma justificable, trazable, verificada.

Como resultado, se obtiene un win-win: cuidar las condiciones del ambiente y promover productos más saludables, cuyos atributos pueden ser trazados y contados a un consumidor que los está esperando.

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