18 de junio de 2024
Matías Ramírez vendía choripanes y gasesosas el día de la movilización contra la Ley Bases junto con un amigo. Había puesto su parrilla en el suelo en Entre Ríos e Yrigoyen, a metros del Congreso. Conoce el oficio, lo hace siempre, vende en las marchas, en la cancha y en recitales. En plena tarde, pasadas las 16.30, cuando se desató la represión, apagaron las brasas y empezaron a juntar las cosas para llevarlas al auto, a media cuadra. Estaba al lado del vehículo cuando se convirtió en uno de los 33 detenidos que terminarían acusados por delitos contra el orden constitucional y el agravante de terrorismo.
Al día siguiente, después de que lo indagaran en el juzgado de María Servini, empezó una nueva pesadilla cuando lo trasladaron junto con otros al penal de Ezeiza, del Servicio Penitenciario Federal (SPF). "Apenas entramos nos pusieron contra una pared y nos empezaron a tirar gas pimienta. Nos desnudaron y nos interrogaron. ¿Cuánto les pagaron por ir ahí, eh? ¿Y vos de qué agrupación sos? Ese tipo de cosas. Uno del grupo contestó que sólo peleaba contra la aprobación de la ley, y le metieron un cachetazo. A mí también. Después nos metieron en un pabellón con presos que ya llevan tiempo ahí", contó Matías.
Así, a la vaguedad e imprecisión de la acusación formulada por el fiscal Carlos Stornelli contra las 33 personas que fueron detenidas la semana pasada, 16 de las cuales siguen en prisión, se agregan los malos tratos sufridos durante los arrestos, pero también dentro de las cárceles federales. Hubo quienes, tirados en el suelo, recibieron patadas y los uniformados les presionaban la cabeza con sus borceguíes. Quienes quedaron al borde de la asfixia. Un joven que se desmayó por la presión de los precintos con los que le amarraron los las muñecas.
Además de la escena con gas pimienta dentro de la cárcel de Ezeiza que describe Matías, el tipo de interrogatorio que describe se repitió también para quienes fueron enviados al penal de Marcos Paz. El SPF depende en este gobierno del Ministerio de Seguridad de Patricia Bullrich, igual que resto de las fuerzas de seguridad. Es llamativo que en dos cárceles los penitenciarios patoteen con las mismas preguntas. ¿Será que había una instrucción?
"Hasta el chofer del camión que nos trasladaba nos interrogaba: '¿De qué organización sos?', '¿En qué partido político estás?' En cada fichaje volvían con lo mismo", le cuenta a este diario Remigio Ocampo, el vendedor de empanadas que cayó preso junto con su hija y su nieta. "En Marcos Paz lo mismo, y ahí uno me encaró y me quiso asustar diciéndome 'mirá que soy malo'. Cuando nos estaban por soltar, nos gritaban que éramos unos 'tirapiedras'. Yo le respondí que piense lo que se le cante. Cuando nos dejaron salir, nos quedamos en el medio de la nada. Por suerte habíamos podido avisar a nuestras familias", rememora. En esa cárcel no hubo golpes, pero sí violencia verbal.
(Fuente: Irina Hauser, Página 12)
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