5 de marzo de 2025
"La menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas", susurra el poeta Walt Whitman desde las viejas páginas amarillentas del libro de mi mesa de luz a mi memoria en donde aún está también el titiritero Eugenio Deoseffe con la parca debajo de su lupa.
En el remolino de pensamientos que genera un artista así, surgido de UNICEN, aparece la sospecha de que Netflix sabe bien lo que sentencia el poeta estadounidense preferido de Borges y por eso contratar esa plataforma es tan barato. ¿Cómo ganarle a la experiencia única de asistir a un teatro independiente, reírse, llorar con otros veinte locos y sentir después en la caminata lenta al rancho, para seguir masticando las emociones, una lluvia macanuda sobre nuestros hombros? "Eso es competencia desleal, señores", diría un asesor de la compañia yanqui. Y tendría evidente razón. Nunca una miniserie, por más costosa o pochoclera que sea, le podrá hacer sombra a las vivencias que se originan asistiendo a lugarcitos así, como el de Pellegrini al 400, despojados de cualquier aplastante y opaca realidad.
¿Acaso hay alguien que pueda sentir la vida igual luego de ser parte de "Cuando llegue aquel instante"?
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